Durante mi trabajo como enfermero de emergencias veo y siento muchas desgracias. Aprendes a convivir con ellas, intentando que queden en el felpudo de casa, pero no siempre es posible. Algunas se quedan “pegadas en las botas”. 

Recibimos el aviso de una mujer de 71 años, está en su domicilio con su hijo, refiere disnea severa y fiebre. Rápidamente nos subimos a la ambulancia y nos dirigimos hacia el lugar, el tiempo apremia. La carretera está desierta y eso mejora nuestro tiempo de respuesta. Por el camino la central de coordinación de emergencias nos llama y nos informa que la paciente es COVID-19 positivo. Las alarmas internas se nos disparan, e involuntariamente mi cabeza no hace más que pensar en “el Bicho”.

Llegamos al domicilio, el tiempo apremia, y junto a esta presión nos debemos ataviar con todo el equipo de protección individual. Forramos cada centímetro de nuestra piel para sentiremos protegidos. No quiero pensar demasiado si ese “plástico” que nos forra es el homologado o no, o si realmente estamos protegidos o simplemente es una sensación de seguridad subjetiva. Cogemos todo el material y accedemos al domicilio. ¿Superhéroes o superkamikaces?, mejor no lo pienso.

La mujer está francamente mal, con una saturación muy baja y trabajo respiratorio muy elevado, está apunto de claudicar. Necesita aislamiento de la via aérea, ¡ya!. Tengo suerte, estoy  de guardia con una TES de las de quitarse el sombrero y con una excepcional anestesista a quien también le encantan las emergencias (la vía aérea estará asegurada, ella es la especialista). Coge la Frova, es una enamorada de esta herramienta, tal y como abre la vía aérea para introducirla observa un edema muy importante de glotis y la Frova acaba en esófago. El sudor, el calor, los nervios y la tensión se apelmazan en el interior del EPI, dificultando nuestros movimientos, visión y lucidez. La paciente está en un estado muy crítico, si no se soluciona está situación acabará en parada cardíaca. Mi compañera, no se lo piensa dos veces, ni dos intentos. En este caso la Fastrach será la mejor aliada. La introduce y queda alojada perfectamente, permitiéndole un soplo de aire fresco que pueda revitalizarla.

La paciente sedada, relajada y conectada a ventilación mecánica mejora su situación, aunque todavía no podemos cantar victoria, ya que ha de soportar el traslado hasta el hospital.
Durante el trayecto tenemos los ojos puestos sobre ella y todo el aparataje, cual halcón vigilando su presa. Se mantiene respiratoria y hemodinámicamente estable para poder realizar la transferencia a UCI.

Avisados previamente, el personal de UCI nos espera para la recepción y allí ya se hacen cargo de ella. Estará en muy buenas manos. Tras dos horas y media de servicio, por fin podemos quitarnos el EPI, no pierdas la calma me digo a mi mismo, pues “el Bicho” lo llevo pegado a mi segunda piel de plástico. Siguiendo el procedimiento de retirada, dejo en el cubo de residuos los plásticos que me rodeaban, mi sudor y lagrimas, mi miedo y por supuesto “el Bicho”. Listos y operativos, debemos continuar. Aún nos quedan 17 horas más de guardia.

{Imagen vía: Andalucía Información}